Una vida enteramente consagrada.

Dios llama a los pecadores a la salvación, pero a los cristianos les llama a la consagración. Muchos sienten el deseo de encontrar experiencias más profunda en Dios, de estar llenos del Espíritu Santo y llegar a ser usado por Él, pero es necesario que los cristianos comprendan que la clave está en la consagración.
Consagración expresa el «hacer Santo» algo a algo específico. Pero debemos entender que en Dios todo es sagrado, tanto Su gloria como Sus propósitos. Sin embargo, donde se encuentra el pecado hay una corrupción inherente a la maldad. Esta realidad nos permite entender que en el mundo espiritual todo no es santo. Por eso muchas personas odian a Dios, o al ser humano, o hacen brujería, o se dedican a su auto-realización, a la idolatría y a cuanta cosa no tiene nada que ver con el Creador. Estos han caído en la trampa del desconociendo sobre la realidad del mundo espiritual dividido en una parte santa y otra pecaminosa. La diferencia entre ambos no radica en el tema de la consagración en sí; sino más bien en: ¿a qué es a lo que se está consagrando? Tampoco se diferencia en su esencia es espiritual o no, porque tanto lo Santo como lo pecaminoso son manifestaciones espirituales. Entonces la base de la correcta consagración no se encuentra en la acción en sí, de consagrarse; sino en su destino de a qué consagrarse.
La historia del cristianismo está llena de personas que luego de estar consagrados a algo inmundo, han dedicado su consagración a los santos propósitos de Dios. Juan nos dice que: «Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno» (1 Jn 5:19), o sea, que vivimos completamente en este mundo bajo la acción de Satanás. En este mundo vamos a encontrar personas consagradas a él que son la mayoría. Por su parte, Pablo nos dice que en ese dominio de Satanás el entendimiento de la mayoría está cegado: «Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (2 Co 4:3-4). ¿Qué posibilidades tiene una persona de zafarse del dominio del maligno? Ninguna. Aun los más cultos, los más organizaditos, los más religiosos y los más eruditos o analfabetos están en la misma situación. Es por eso que Dios arrancó de la gloria a su propio Hijo para que éste, en su poder divino, desafiara lo inmundo y arrancara de la mente y de los corazones de los hombres la ceguera que les dominaba.
«(…) fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados» (Col 1:11-14).
Aunque Satanás continúa gritando a los cuatro vientos que reina en este mundo, que la gente se ha entregado a él, que los afectos y voluntades él las controla, y que los valores y propósitos de los humanos son inmundos; ahora hay gentes que han sido liberadas por el Hijo de Dios. Satanás ha perdido el control sobre ellos, convirtiéndose cada uno en representante de la luz y la santidad de Dios. Aunque muchos se han consagrado por la imposición de Satanás a lo inmundo, otros en la libertad provista por el Hijo de Dios se consagran voluntariamente a lo santo.
La auténtica consagración es que en un mundo controlado por Satanás, usted se levante y diga:
«Satanás no controla más mi vida, el pecado no va a ser mi deseo y yo me consagro al Salvador. Ahora mi mente es para Él, mi corazón es para Él, mi voluntad es para Él, mis planes son para Él y mi futuro es para Él».
David lo dijo de esta manera:
« Bendito seas tú, oh Jehová, Dios de Israel nuestro padre, desde el siglo y hasta el siglo. Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos. Las riquezas y la gloria proceden de ti, y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos. Ahora pues, Dios nuestro, nosotros alabamos y loamos tu glorioso nombre. Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos. Porque nosotros, extranjeros y advenedizos somos delante de ti, como todos nuestros padres; y nuestros días sobre la tierra, cual sombra que no dura. Oh Jehová Dios nuestro, toda esta abundancia que hemos preparado para edificar casa a tu santo nombre, de tu mano es, y todo es tuyo. Yo sé, Dios mío, que tú escudriñas los corazones, y que la rectitud te agrada; por eso yo con rectitud de mi corazón voluntariamente te he ofrecido todo esto, y ahora he visto con alegría que tu pueblo, reunido aquí ahora, ha dado para ti espontáneamente. Jehová, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel nuestros padres, conserva perpetuamente esta voluntad del corazón de tu pueblo, y encamina su corazón a ti» (1Cr 29:9-18).
En una ocasión, una maestra vio en su clase a un niño que brincaba y corría por el aula. Le agarró por el brazo, lo sentó con toda la fuerza y le dijo que de allí no podía moverse. El niño le dijo: Maestra, tú me dejas sentadito pero por dentro estoy paradito, como una estaca. No importa cuál sea la vista externa, si internamente la persona está en una posición determinada. Consagración comienza desde el interior del ser humano en una entrega total de su voluntad a Dios y esta entrega repercute en todo el andar en la vida.

Nuestro mayor ejemplo es Cristo Jesús. Él no quería morir en la cruz y tenía dos alternativas: hacer un nuevo propósito y olvidarse del plan de Divino asumiendo la consagración a lo pecaminoso, o rendirse totalmente al propósito de Dios para salvar a la humanidad, consagrándose así a lo santo. Muchos siervos de Dios, para que Dios recibiera sus vidas en consagración santa, han tenido que sacarse de sus corazones los valores que eran tesoros profanos para ellos y hacer de sus vidas una ofrenda a Dios. Así han llegado a consagrar a Dios sus talentos, hábitos, experiencias y dones; todo lo cual ha sido modificado en abundante beneplácito de vidas.

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