El mandato apostólico en cuanto a la madurez espiritual.

« No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu (...)» 
(Ef 5:8).
Todo verdadero creyente que es salvado por Jesús ha recibido al Espíritu Santo. Somos regenerados con su poder, y sellados por Él para el día de la redención. Su testimonio en el corazón nos asegura en la calidad de los hijos de Dios, a la vez que nos da un anticipo de las glorias inefables que nos esperan en la presencia del Señor. Ser llenos del Espíritu no es recibir más como agua en un vaso, sino entregarse más para que Él controle y sea el centro de la vida. Es por esto que muchas veces no estamos «llenos del Espíritu».
Hay ciertas faltas que el creyente puede cometer en contra del Espíritu Santo. Lo puede "contristar" (Ef 4:30) y lo puede "apagar" (1Ts 5:19)
·      De acuerdo con el contexto, entendemos que el primero consiste en ceder «al viejo hombre que está viciado conforme a los deseos de error». La mentira, la ira, el hurto, la pereza, el egoísmo, las palabras torpes y el espíritu no perdonador son las manifestaciones del "viejo hombre" que el pasaje consigna. La lista es sugestiva solamente. Estos pecados se manifiestan en la vida del creyente "dando lugar al diablo" para que le use según sus planes. El Espíritu Santo que mora en su corazón tiene derecho a ser el único inquilino de él. Pero cuando el creyente da lugar al pecado, cediéndole cabida en su corazón, comete en efecto adulterio espiritual. Por esto dice: «¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.» (Stg 4:4), y el Espíritu de Dios es contristado e impedido en su deseo de controlarle con poder.
·      Pero, ¿qué es lo que entendemos por «apagar el Espíritu? Nos ayuda a entenderla el contexto en que aparece. En el pasaje el apóstol Pablo está indicando a los creyentes de Tesalónica cuáles son sus obligaciones en el Señor. Especifica unos catorce deberes particulares, y cerca del fin de la lista dice, «no apaguéis el Espíritu». Por la lectura de la Palabra de Dios conocemos cuáles son nuestros deberes. Pero es el Espíritu Santo quien nos encarece el cumplimiento de ellos. Si obedecemos, todo está bien. Pero si nos resistimos a cumplir con una obligación conocida, hemos apagado el Espíritu, disminuyendo la intensidad de su llama en nuestro corazón e impidiendo la manifestación de su poder en nuestra vida.
           Hay también condiciones positivas para ser llenados o controlados por el Espíritu Santo en nuestra totalidad. El cristiano necesita tener cuidado de no incurrir en los dos pecados que acabamos de señalar. Pero la mejor manera de evitarlo es por medio de un programa de acción positiva.
·      En primer lugar, debe haber una entrega sin reserva de todo su ser a la soberanía absoluta de Cristo. Sus talentos necesitan ser dedicados a la gloria de Cristo. Sus ambiciones necesitan ser sublimadas por la devoción a Cristo. Sus móviles íntimos necesitan ser purificados por el escrutinio constante del Señor. Tal entrega puede ser consumada en el instante mismo en que Cristo es recibido como Salvador. Eso sería lo ideal, y no hay nada en la naturaleza del caso que impida que así sea. Sin embargo, en la mayoría de los casos, esta entrega incondicional suele hacerse en una experiencia de dedicación que es posterior a la conversión. Pero sea esto como fuere, es necesario que la decisión inicial sea sostenida por una actitud continua de dedicación. Exactamente como pedimos por el pan cotidiano, tenemos que entregarnos de día en día sobre el altar de nuestro Dios para rendir nuestra vida a Él.
·      Además, el cristiano necesita mantener una comunión ininterrumpida con su Señor mediante una disciplina diaria de lectura bíblica devocional y de oración como vimos anteriormente. La Biblia es su pan y la oración el aire que su alma respira. No puede prosperar espiritualmente sin alimento y sin respiración. En la frescura devocional el cristiano tiene que abrir su oído a la voz de Dios dejando que el Espíritu le hable a través de la página sagrada. A semejanza de su Salvador, postrará su alma ante el Padre en adoración, en súplica intercesora y en la búsqueda de socorro para sus propias necesidades. Semejante disciplina espiritual cuesta trabajo, lleva dedicación tiempo y disciplina. El diablo prefiere ver al cristiano haciendo cualquier cosa que no sea esto. Pero tenemos que recordar que sólo una vida devocional vigorosa puede sostener a un hijo de Dios.
·    Por último, el cristiano necesita desarrollar cada responsabilidad con esta actitud: «La tarea que tengo por delante merece lo mejor de mí». A semejanza del rey David digamos:
«No tomaré para Jehová lo que es tuyo, no sacrificaré holocausto que nada me cueste» (1Cr  21:35).

«La gloria del servicio a Cristo consiste en servirle con lo mejor de lo mejor. Si le servimos con sermones, él merece que prediquemos el mejor discurso que la mente sea capaz de elaborar y la lengua de proclamar. Si le servimos con la enseñanza de una clase, él merece que enseñemos con la mayor solicitud y que alimentemos a los corderos con los mejores pastos. O si le servimos con la pluma, que no escribamos una sola línea que tendrá que ser borrada. Y si le servimos con dinero, que demos liberalmente de lo mejor que tenemos. En todo debemos ver que nunca sirvamos a Cristo con lo flaco del rebaño o con aquél que esté herido o perniquebrado o desgarrado de las fieras, sino que él tenga la grosura de nuestras ofrendas... Démosle a nuestro Bien Amado lo mejor que tengamos, y él lo llamará hermoso» (C. H. Spurgeon, Sermons, New York: Funk & Wagnails Company, n. d., XVI, pp. 185-186.).

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