El gobierno en la iglesia.
Uno de los
grandes errores cometidos en la historia por el pueblo de Dios (Israel y la
Iglesia —en nuestra interpretación ambos son lo mismo—), es el adoptar los
modelos humanos de gobierno como forma justa de administración social. En
tiempos del profeta Samuel, el sistema monárquico, y en tiempos presentes la
democracia. Es bueno aclarar, que no estamos en desacuerdo con ninguno de
ellos, pues creemos que lo más sensato que puede hacer el hombre para que su
nación exista, sobre todo cuando lo hace al margen de Dios, es buscar la vía
mejor. Por otra parte, creemos que entre ambas la democracia es la forma más
lógica de gobierno, donde la justeza y la equidad social mejor se pueden manifiestan
secularmente. Pero en asuntos espirituales, con respecto al Reino de Dios, esta
forma simplemente no funciona.
Democracia
es la unión de dos palabras griegas: Demos
ʻpuebloʼ y Kratos ʻpoderʼ. Es así que
significa: «el poder en manos del pueblo». Ahora, si entendemos que el nuevo
nacimiento experimentado por el creyente es el arrepentimiento para no vivir
más sin contar con Dios, o sea, el ser humano dejando de andar por su cuenta y
sometiéndose al poder Supremo de Dios; entonces vemos una confrontación entre
la esperanza del poder en manos del hombre y la perspectiva cristiana del poder
en manos de Dios. Cuando analizamos la forma de gobierno que los profetas y los
apóstoles reclamaban o ejercían en el pueblo de Dios, no vemos nunca una
democracia sino una Teocracia ʻel
poder en manos de Diosʼ.
Cuando
proponemos hablar del tema, lo hacemos conscientes de la manipulación en la
historia muchos han ejercido sobre este concepto de Teocracia para hacer valer sus propósitos individuales y no los de
Dios. Pero esto no nos puede llevar a renunciar al ideal divino; sino, más
bien, debe retar para que en humillación ante Dios podamos transitar por el
camino de Él.
La
teocracia se traduce de una forma práctica como la búsqueda de la voluntad de
Dios para caminar como asamblea de Él. No es la voluntad de un individuo
arbitrariamente, ni la razón de un grupo por ser la mayoría. En primer lugar,
debemos entender que la voluntad de Dios siempre va a estar en armonía con el
testimonio de su Hijo revelado en la Palabra Escrita; en segundo lugar, Dios
siempre va a usar hombres y mujeres que caminen en la santidad de Él; y
tercero, que la voluntad de Él no se cumple por el hostigamiento, ni por la
imposición, sino por la presentación en amor y la espera de Su acción en el
momento escogido por Él.
Los que
han entendido históricamente la necesidad de la teocracia han buscado en la
Escritura como es su praxis. Unos han visto a un hombre ejerciendo poder
(episcopado), otros han visto a un grupo de representantes o ancianos
ejerciendo poder (presbiterianos) y otros han visto a la asamblea ejerciendo
poder (congregacionales). El error de muchas congregaciones o iglesia ha sido
la absolutización de alguno de ellos en especial.
Debemos
entender que los tres tipos de gobierno existen en la Biblia, por lo que la
teocracia implica la flexibilidad a la hora de ejercerlos. En ocasiones un
líder debe actuar de forma episcopal, en otras un cuerpo de ancianos ejercerá
su presbiterio y en otras la asamblea confirmará como congregación los destino
de todos. Tales momentos estarán marcados por la madurez de la congregación,
pues una iglesia de un año no es lo mismo que una de veinte; y por el tipo o
grado de decisión.
Es así que
entendemos que los tres gobiernos deben estar presentes en cualquier iglesia
facilitando que la voluntad de Dios se pueda cumplir con claridad para que la
teocracia sea la forma distintiva de ella.
Un hecho
en la iglesia primitiva pudiera ser muestra mejor ejemplo:
«Y se reunieron los apóstoles y los ancianos
para conocer de este asunto. Y después de mucha discusión, Pedro se levantó y
les dijo: (…) Entonces toda la
multitud calló, y oyeron a Bernabé y a Pablo, que contaban cuán grandes señales
y maravillas había hecho Dios (…) Entonces
pareció bien a los apóstoles y a los ancianos, con toda la iglesia, elegir de
entre ellos varones y enviarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé (…) Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y
a nosotros (…)» (Hechos 15:1-35).
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