Serie: EL ISRAEL QUE RECIBIÓ AL MESÍAS 4ª parte
Sus prácticas.
En primer lugar, debemos
entender el contexto en que creció la iglesia: la «Judería». Casi siempre que
un apóstol llegaba a una ciudad a donde primero iba era a la sinagoga. Allí era
donde mejor se podían entender los conceptos que conformaban el evangelio. Los
conversos al Mesías se iban a encontrar entre los judíos receptivos al mensaje
y los gentiles que conformaban a los prosélitos. Para los primeros toda pugna
de las sectas terminaban con las enseñanzas del Mesías, pues este no tenía una
interpretación rabínica más sino que era la correcta interpretación de la Torá
en todas sus prácticas. Siguiéndole e imitándole a Él nadie podía juzgarle. En
el caso de los segundos encontraban en Cristo el pacto de sangre del cual era
sombra la circuncisión llegando a ser miembros del corazón de Israel: «la Asamblea».
a.
Las reuniones.
Partiendo de la
recomendación apostólica, —que reconoció, aprobó y recomendó la práctica hasta
allí hecha por los discípulos—, cada Shabbat (interpretado a la luz del
reposo que práctico Jesús en Mr 2:28, ver apéndice I) los discípulos asistían a
la sinagoga junto al resto de la comunidad israelita recibiendo allí todo lo
concerniente a la Torá en un ciclo de tres años, donde cada parasha
‘divisiones de la Torá’ abarcaba tres Shabbat (Este ciclo varió
tras la destrucción del templo en el 70 d.C. por un ciclo de un año con 54 parashot).
En el resto de la semana se reunían en la comunidad o villa propia de la secta
a luz de la visión mesiánica. Esta forma de reunión se puede seguir siglos
después, Eusebio citando a Apolinar con respecto al montanismo dice:
«¿Ha sido alguno de ellos arrestado y crucificado a causa del Nombre? Desde luego que no. ¿Ha sido alguna de las mujeres azotada en las sinagogas judías o apedreadas? Nunca en ningún lugar.» (Eusebio historia de la iglesia, Paul L. Maier,pag. 189, Portavoz).
Cada Shabbat
comenzaba a la puesta del sol con una comida familiar, al día siguiente era el
servicio matutino en la sinagoga y donde se concluía con una comida comunitaria
que era introducida con la bendición del vino y el partimiento del pan. Esta
comida comunitaria podía ser en la sinagoga o en la villa, en dependencia de la
amplitud del lugar o de la relación con las otras sectas. En el caso de los
discípulos se llamaba Ágape pues era una demostración del ‘amor’ o Eucaristía
como una ‘acción de gracia’ agradable a Dios. Leyendo a Clemente de Alejandría
y a Tertuliano (195-197 d.C.) se puede entender mejor:
«Un Ágape
realmente es un alimento celestial, un banquete espiritual (…) es una
demostración de la generosa y comunitaria benevolencia (…) Ya que es el
amor el que nos congrega para comer, el objetivo de los banquetes es el
intercambio amistoso entre los concurrentes, y la comida y la bebida son meros
acompañantes del amor, ¿Cómo no nos vamos a comportar racionalmente?» (Lo
mejor de Clemente de Alejandría, Alfonso Ropero, pág. 126, CLIE).
«Nuestra cena
muestra su razón de ser en el nombre mismo: se llama igual que entre los
griegos amor: ágape. Cualesquiera que fuesen los gastos, provechoso es gastar a
título de piedad. En efecto, con ese refrigerio ayudamos a no pocos
menesterosos, no que les tratemos como a parásitos nuestros que aspiran a la
gloria de subyugar su libertad a cambio de llenar el vientre en medio de las
vilezas, sino porque ante Dios los pobres gozan de mayor consideración. Si
honesto es el motivo de nuestros convites, juzgad según él de la disciplina que
lo regula. Siendo como es un servicio religioso, no admite ni inmodestia ni
excesos. No se sienta a la mesa sin antes haber gustado la oración a Dios. Se
come para calmar el hambre, se bebe cuanto es útil a los honestos. Se hartan
como puede hartarse quien recuerda que aun por la noche tiene que adorar a
Dios; hablan como quienes saben que Dios les oye. Después de haberse lavado las
manos y de encender las luces, unos y otros son invitados a levantarse para
cantar en honor de Dios un cántico sacado de las Sagradas Escrituras o también
del propio ingenio, según los posibles de cada cual; por ahí se prueba cómo
bebió. Igualmente la oración termina el convite. Luego se sale no como en
patrullas de asesinos, ni como tropa de libertinos, ni para desbocarse en
lascivias, sino con la misma preocupación de modestia y de pudor, como quien
más bien recibió una lección que se regaló con una cena.» (Lo mejor de
Tertuliano Alfonso Ropero, pág. 143–144, CLIE.
Aun cuando
algunas congregaciones comenzaron a congregarse el domingo, al que llamaban
octavo día, éste también se hacía como shabbat. La carta de Bernabé
luego de una explicación acerca del reposo sabático dice:
«Por esto,
también nosotros guardamos el día octavo para gozarnos, en que también Jesús se
levantó de los muertos, y habiendo sido manifestado, ascendió a los cielos.» (Lo mejor de
Los Padres Apostólicos, Alfonso Ropero, pág. 277, CLIE).
b.
Vida
devocional.
Cómo el resto de las
sectas la oración diaria se hacía tres veces al día como también hacía David
cuando dijo: «Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, y él oirá mi voz»
(Sal 55:7). La iglesia continuó esta práctica por su importancia tan especial
para la vida del creyente (Hch 3:1) aún en el caso de los gentiles prosélitos
se ve esta forma devocional (Hch 10:30). Claro está no quiere decir esto que
era las únicas horas de oración, sino que eran las que educaban y mantenían al
creyente en una disciplina devocional (Ef 6:18: 1 Ts 5:17; 1 Tim 2:8). El
Didajé luego de citar la oración modelo de Jesús dice: «Orareis así
tres veces al día» (Lo mejor de los padres
apostólicos, Alfonso Ropero, pág. 102, CLIE). También tertuliano dice:
«Pero ¿quién vacilaría en
postrarse cada día ante Dios, por lo menos en la primera oración con la que
entramos la luz de día? (…) Con respecto al tiempo, aunque extrínseco, la
observancia de ciertas horas no será sin provecho. Me refiero a aquellas horas
que marcan los intervalos del día, a saber, tercia, sexta, y nona; que vemos
mencionadas en las Escrituras más solemnes que el resto. La primera infusión
del Espíritu Santo en los discípulos congregados ocurrió en la hora tercera:
“siendo la hora tercia del día” (Hch 2:15, 1–4). Fue en la hora sexta del
día cuando Pedro, que había subido a la parte alta de la casa para orar (Hch
10:9), tuvo la visión de la comunidad universal representada por las criaturas
del vaso en forma de lienzo (Hch 10:10ss.). Asimismo, fue en la hora
novena –nona– que Pedro y Juan entraron en el Templo donde fue sanado el
paralítico (Hch 3:1ss.). Aunque estas prácticas están simplemente sin
ningún precepto para su observancia, de todos modos se puede conceder que es
cosa buena establecer algún precedente que pueda añadir fuerza a la admonición
para orar, y hacer, como si fuera una ley, que nos arrancara de nuestros
negocios para cumplir tal deber, como leemos que fue observado por Daniel
también, y oraremos no menos de tres veces al día, deudores como somos de las
tres Personas divinas, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, además de
nuestras oraciones regulares que están previstas, sin necesidad de admonición,
al amanecer y al anochecer.» (Lo mejor de Tertuliano, Alfonso Ropero, pág.
258-260, CLIE).
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