La santidad conviene a la iglesia.
«Tus testimonios son muy firmes; la santidad conviene a tu casa, oh
Jehová, por los siglos y para siempre» (Sal 93:5).
Cuando vemos las exigencias
divinas hechas al hombre con respecto a la santidad: «(…) escrito está: Sed santos,
porque Yo soy santo» (1P1:16), nos damos cuenta que Él lo hace porque implica la demostración
humana del amor a su Creador. De la misma manera que un joven va a recibir una
respuesta positiva de su amada en cuanto a sus exigencias, únicamente por la motivación
que produce su amor a ella. Es así que entendemos que el cristiano no es
solamente el que una persona vaya a la iglesia, que lea la Biblia, que crea en
Dios o el profesar una religión; sino que es cuando una persona ama a Dios y
está dispuesta a vivir según sus estándares. El cristiano está sentimentalmente
vinculado y comprometido con Dios, porque le interesa lo que a Él le interesa, lo
que piensa y valora. Su meta es agradar completamente al Dios que ama.
Una persona indiferente ante el
llamado a la santidad hecho por Dios, que aparta de sí la preocupación por
quien le amó hasta la muerte, es como aquella muchacha que caminando por la
calle, un joven se le acerca diciéndole: —No me gusta tu vestido, y ella sin el
más mínimo interés por él girando su cabeza orgullosamente continúa como sí
solo el viento trajera palabras. Cuando un hombre procede apático, indiferente
e indolente para con las exigencias divinas; está reflejando en qué condición y
prioridad se encuentra su relación con Dios.
Por otra parte, Dios no exige la
santidad para no mandar al infierno, o para darnos comida, prosperidad o
escucharnos cuando oramos. Dice a través de Pedro que Él exige la santidad «porque Él es Santo». Esto implica, que
Él no quiere ser el Dios desde el cielo para los hombres en la tierra; sino que
Él es el Dios que anhela la intimidad con el hombre. Pero el hecho de tener una
naturaleza Santa exige para todo ser que se relacione íntimamente con Él
también vivir en la santidad. Por eso pregunta a través del profeta: «¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de
acuerdo?» (Am 3:3)
La santidad no es un tema de
puras exigencias, sino de cómo poder llegar a intimar con Dios. Sin santidad no
hay compatibilidad, afinidad y armonía con Dios. Es por esto que no se puede
prescindir de la santidad.
«(…) levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas; y haced sendas
derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que
sea sanado. Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al
Señor» (Hb 12:14).
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