La teología cristiana pierde la perspectiva de su raíz hebrea

La teología cristiana pierde la perspectiva de su raíz hebrea.

Es casi imposible encontrar análisis teológico de los padres y los apologistas, en los escritos que nos han llegado hasta hoy, que tengan en cuenta el contexto de los escritos apostólicos. Vemos interpretaciones literales o alegóricas del Tanáj, el uso testimonial de sus vidas, una defensa de la fe ante las críticas más absurdas, y sobre todo un análisis a la luz de las filosofías de la época, pero muy poco del contexto histórico en que vivieron Jesús y los apóstoles.
Algunos hoy, prefieren pensar en una conspiración universal al estilo de La guerra de las Galaxias, pero sería necesariamente forzar la historia. Otros tratamos de mirar el contexto en todas sus fuentes para así entender que la historia de los discípulos de Jesús en un periodo determinado no se puede escribir en blanco y negro, pues las aristas y los matices son bien variados. Así en la recopilación de las fuentes antiguas podemos ver un descuido influenciado por prejuicios que llevaron a los escritores cristianos a no mirar o simplemente rechazar sus raíces por considerarlas parte de las prácticas Tanaítas.
Los rabinos de Yavné, en cambio, asumieron el nombre judaísmo dando a entender que ellos sí mantenían tales tradiciones, como vimos anteriormente, aunque en realidad era su universalismo y reemplazo neo-fariseo de la casa de Hillel lo que se estaba globalizando. Los cristianos simplemente perdieron con el transcurso del tiempo completamente esta perspectiva, y el asumir una forma que imitara a Jesús en sus acciones con referencia a la ley fue estigmatizado como legalismo judaizante.
Ahora, siendo extremadamente críticos y comenzando con nuestro patio, podemos ver cómo el cristianismo perdió en sus argumentos evangelísticos y apologéticos. Su principal arma era el testimonio de que la gracia y la acción salvífica lograban lo que la ley no lograba, pero tal testimonio cristiano cayó en un descrédito tremendo. Masacres como las acontecidas en Alejandría en el 415 d.C., donde se asesinó, descuartizó e incineró a Hipatia de Alejandría por los seguidores del obispo Cirilo dieron el contraste con lo que se predicaba.
El surgimiento del Islam en la segunda década del siglo VII, halló en esta crisis de identidad cristiana sus bases. El Corán enseña que el judaísmo fue reemplazado por el cristianismo, como enseñaban los cristianos. El motivo, la traición de los judíos a Dios y al prójimo. Por su parte, también el cristianismo debía ser sustituido por las enseñanzas del nuevo profeta, pues habían deificado al Mesías quien es presentado ahora como un profeta solamente (esto no era descabellado ni para la época, ni para la zona por la influencia arriana). Las causas, similares o mayores que las de sus antecesores. De la misma forma que los cristianos comenzaron a presentar al Tanáj como Antiguo Pacto, los Musulmanes hicieron lo mismo presentando al Nuevo Pacto (para ellos Antiguo y Nuevo Testamento) como caducado e inefectivo debido al mal testimonio cristiano.
«¡Oh, creyentes! No digáis: Râ‘ina (que en árabe significa: cuídanos, y en hebreo era un insulto que los judíos utilizaban para burlarse del Profeta) sino: Obsérvanos, y obedeced. Y por cierto que los incrédulos recibirán un castigo doloroso. Desean los incrédulos de la Gente del Libro (judíos y cristianos) y los idólatras que no os descienda ningún bien de vuestro Señor, pero Alá distingue con Su misericordia a quien Él quiere; y Alá es el poseedor del favor inmenso. No abrogamos ninguna ley ni la hacemos olvidar sin traer otra mejor o similar. ¿Acaso no sabes que Alá tiene poder sobre todas las cosas? ¿No sabes que a Alá pertenece el reino de los cielos y de la Tierra, y que no tenéis protector ni salvador excepto Alá? ¿Acaso queréis cuestionar a vuestro Mensajero como también lo hicieron con Moisés? Quien trueque la fe por la incredulidad se habrá extraviado del camino recto. Muchos de la Gente del Libro quisieran que renegaseis de vuestra fe y volvieseis a ser incrédulos por envidia hacia vosotros, después de habérseles evidenciado la Verdad. Pero perdonadlos y disculpadlos hasta que Alá decida sobre ellos. En verdad, Alá tiene poder sobre todas las cosas. Haced la oración prescrita y pagad el Zakât, y el bien que hagáis será para vuestro beneficio, y su recompensa la encontraréis junto a Alá. En verdad, Alá sabe cuánto hacéis. Y dicen (la Gente del Libro): Sólo entrará al Paraíso quien sea judío o cristiano. Esos son sus deseos. Diles: Traed vuestro fundamento, si es que decís la verdad. No es así, quienes se entreguen a Alá y sean benefactores tendrán su recompensa junto a su Señor, y no temerán ni se entristecerán. Dicen los judíos: Los cristianos carecen de fundamentos, y los cristianos dicen: Los judíos carecen de fundamentos, siendo que ellos leen el Libro. Así dijeron quienes no sabían. Alá juzgará entre ellos el Día de la Resurrección sobre lo que discrepaban. ¿Acaso existe alguien más inicuo que quienes prohíben que en las mezquitas de Alá se mencione Su nombre y pretenden destruirlas? Estos son quienes deben entrar en ellas con temor (al castigo de Alá). Serán humillados en este mundo y en la otra vida recibirán un castigo terrible.» (Corán, Sura 2:104-103).
Muchos críticos cristianos, resolverían esto hablando sólo de la falta de espiritualidad de la iglesia, acercando el concepto espiritualidad a esa percepción gnóstica que la desproveía de toda práctica y la convertía en algo esotérico. ¿No será que los diferentes reemplazos desproveyeron a los cristianos de una visión correcta de la espiritualidad tan carente desde entonces hasta hoy? Ireneo dice al respecto:
«Pablo ha hecho conocer cuáles son las obras, que llama carnales, previendo los sofismas incrédulos, y poniendo al descubierto sus pensamientos, a fin de no dejar el asunto de la investigación en manos de quienes escudriñan su pensamiento con incredulidad. Él se expresa así en la carta a los Gálatas: “las obras de la carne son manifiestas: adulterios, fornicaciones, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, discordias, celos, iras, emulaciones, glotonerías y otras cosas semejantes. Os prevengo, como ya lo hice, que los que realizan tales acciones no heredarán el reino de Dios”. (Gálatas 5:19-21). Proclama así de la manera más explícita, a los que quieren escuchar, el significado de “la carne y la sangre no heredarán el reino de Dios”; porque los que realizan esas acciones, conduciéndose verdaderamente según la carne, no pueden vivir para Dios (…) por tanto, el que vaya haciéndose mejor y produzca el fruto del espíritu, serás salvado de todos modos a causa de la comunión del Espíritu, así que, el que permanezcan en las obras de la carne, de que hemos hablado, será realmente considerado carnal por no asumir el Espíritu de Dios, y no podrá por consecuencia heredar el reino de los cielos (…) ¿Cuándo hemos llevado la imagen del terrenal? Cuando se realizaba menos obras de la carne ¿Y cuándo, según él, hemos sido lavados, creyendo en el nombre del Señor y recibiendo su espíritu? Cuando hemos sido lavados, no de la sustancia del cuerpo ni de la imagen del plasma, si no de la antigua vida de vanidad. Por tanto en los mismos miembro en que nos perdíamos obrando la obra de corrupción, en esos somos vivificados realizando las obras del Espíritu.» (Lo mejor de Ireneo de Lyon, Alfonso Ropero, págs. 578-579, CLIE).
¿Será que la libertad bajo la cual hicimos reemplazos no es a la libertad a que fuimos llamados? La libertad era para caminar en la verdadera esencia de la ley, cumpliéndola como cumplida, con el perdón y la capacidad que Dios da a través de su Espíritu, sin juzgar a otros y sin dividir su cuerpo, sin sentir la carga de la pecaminosidad sobre nosotros. Ireneo lo ilustra de la siguiente manera:

«La ley, estando impuesta a los esclavos, educaba al alma por medio de signos exteriores y corporales, arrastrándola, como con una cadena, para someterse a los preceptos, a fin de que el hombre aprendiera así a obedecer a Dios. Pero el verbo, liberando al alma, la enseñó también a purificar por ella al cuerpo de una manera voluntaria. Con esto, se hizo necesario que se quitaran las cadenas de la esclavitud a las que los hombres se habían ya acostumbrado, y que siguiera a Dios sin cadenas; y al mismo tiempo tenían que extenderse los preceptos de la libertad y debía crecer la sumisión al Rey, a fin de que ninguno volviera atrás y se manifestará indigno de aquel que le liberó. Porque el respeto y la obediencia para con el Padre de familia son iguales en los esclavos y los libres; pero lo libre tiene una mayor confianza, puesto que el servicio libre es mayor y más glorioso que la sumisión del pecado. Por esta razón, el Señor en vez de “no cometerás adulterio” no mandó ni siquiera desearlo; y en vez de “no matarás”, ni siquiera encolerizarse; y en vez de pagar los diezmos; dar todos nuestros bienes a los pobres; y amar uno sólo a los allegados, sino también a los enemigos; y no solo ser generosos y dispuestos a comunicarlo propio, sino aun dispuestos a regalar de grado a aquellos que nos roban (…) De modo que no le siga como un esclavo, si no que vaya delante de él como un hombre libre, mostrándote dispuesto y útil al prójimo en todo (…) Todo esto, como decíamos, no destruía la ley, sino que la cumplía y la ampliaba entre nosotros. Es como si uno dijera que el servicio del hombre libre es mayor, y que se ha arraigado en nosotros una sumisión y un efecto más pleno para con nuestro libertador, ya que no nos ha liberado para que nos apartemos de Él, pues nadie puede por sí mismo conseguir los alimentos buenos de la salvación estableciéndose por su cuenta fuera de los bienes del Señor, sino para que, habiendo recibido de Él un favor más grande, le amemos más... Así, pues, todo los preceptos naturales nos afectan por igual a nosotros y a los judíos, en estos tuvieron comienzo y origen, mientras que nosotros han llegado a su madurez y a su cumplimiento.» (Lo mejor de Ireneo de Lyon, Alfonso Ropero, págs. 437-438, CLIE)

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